"El Islam había establecido un protocolo de tolerancia en una época en la que las sociedades cristianas no toleraban nada".
Amin Maalouf recordaba esto en Identidades asesinas para salir al paso de quienes censuran la intolerancia del integrismo islámico, asociándolo al Islam, mientras que vinculan cristianismo con democracia. Hace bien al recordar que en la Europa Moderna corría la sangre causada por las disputas religiosas, mientras que en la otra orilla del Mediterráneo convivían musulmanes, judíos y cristianos de todo tipo y condición.
Maalouf, nacido en el seno de la comunidad melquita, puede describir ese horizonte de tolerancia porque en Líbano gracias a eso conviven confesiones y comunidades muy diversas, maronitas, uniatas, chiíes, sunníes, drusos, etc... y por lo general esa convivencia se debe sin duda a la tradición heredada del modelo imperial musulman. Un modelo sustentado en el principio de la coexistencia de las tres culturas (tan querido por Américo Castro).
Quizá, como sugiere Toulmin, modernidad e intolerancia son dos caras de una misma moneda. Quizá sea ese el precio del progreso.
Cuando Maalouf describe la situación actual en el mundo árabe e islámico, manifiesta su consternación "ese mundo musulmán que ha estado durante siglos en la vanguardia de la tolerancia se halla hoy rezagado". Pero... ¿qué entendemos por tolerancia?
Es innegable, e indudable, que la persistencia del mosaico étnico y religioso de Oriente Medio es el legado más importante (y conflictivo) que ha dejado la autoridad otomana. Pero es necesario comprender cómo aquel mosaico armónico se transformó en un espacio tan conflictivo que, a día de hoy parece irresoluble. No olvidemos que el derrumbe de las grandes formaciones imperiales y multiétnicas existentes a principios del siglo XX son la causa de la mayoría de los conflictos que hoy siguen acaparando la atención internacional, los Balcanes, Ucrania o Siria, sin ir más lejos.
Quizá la mejor forma de entender esta madeja tan comlicada es contemplar un segmento del pasado, observar cómo funcionaba el sistema en un momento tranquilo y sin acontecimientos resonantes. Es lo que hace Marc Baer en un interesante estudio sobre el sultán Mehmed IV, este historiador rechaza la idea ingenua de la convivencia, a su juicio ésta evoluciona y sufre cambios, nunca y en ningún momento es igual. A su juicio se confunden dos términos, tolerancia y coexistencia. Son nociones que tienen que ver con la forma de aceptar la diferencia. Ésta fue unidirecional respecto al Islam, la única confesión que no era limitada, pero no en relación con las otras confesiones o las comunidades que las profesaban, éstas eran entidades aisladas y cerradas. Como señala Maalouf, gracias a la coexistencia otomana sobrevivió la comunidad melquita, pero al mismo tiempo se mantuvo un statu quo confesional inmóvil, no hubo cambios en ninguna comunidad, dentro de cada una de ellas hubo rigor e intransigencia, por eso Baer se detiene en los mártires protestantes ejecutados por los maronitas o en la reforma kadizadeli en la que los disidentes de la línea ortodoxa islámica, preconizada por Mehmet IV, sufrieron los rigores de la persecución y la muerte.
La lectura innovadora de Baer de las crónicas otomanas y su enfoque e interpretación de la conversión religiosa, especialmente la conversión al Islam en la era otomana, marca distancia respecto a Bartolomé y Lucille Bennassar en su estudio sobre los renegados (Los cristianos de Alá). Al carecer de pruebas para especular sobre los motivos íntimos de los conversos, se centra en la actuación de los que iniciaron el proceso de conversión mostrando cómo esta era la única vía para salir de reductos limitados y cerrados.
Coincidiendo con esta interpretación Karen Barkey analizó las consecuencias del gran incendio de Constantinopla en 1660, que sucedió en pleno desarrollo de la reforma kadizadeli y tuvo como efecto colateral la expulsión de los judíos de la capital. Una comunidad, en un ambiente de extremismo religioso, hizo de "chivo expiatorio" o "cabeza de turco".
A la vista de lo que Baer y Barkey nos muestran, es más preciso hablar de coexistencia y no de tolerancia. Esto significa que la diversidad de grupos étnicos y religiosos se integran en un "nosotros", una idea que actúa como marco común: el Imperio Otomano. Coexistencia significa que las comunidades están juntas pero no unidas, que todas ellas están dentro y fuera, judíos, drusos, armenios, griegos, chiítas, árabes, kurdos, etc... no son extranjeros, pero son otros. No son ciudadanos obviamente, pero tampoco son súbditos en el sentido occidental de la palabra, estas comunidades viven bajo el amparo del sultán como consecuencia de un pacto que podríamos calificar como vasallaje. El poder imperial articula el conjunto gestionando la desigualdad, ninguna comunidad es igual a otra en derechos y obligaciones, es él quien decide quien existe y quien no y, por último, la coexistencia nunca puede identificarse con ausencia de discriminación. Baer al estudiar la reforma kadizadeli muestra cómo la coexistencia podía existir con brutales persecuciones y signos de extrema intolerancia dentro de las comunidades, hubo persecuciones de musulmanes contra musulmanes y de cristianos contra cristianos, de una intensidad muy parecida a nuestras ya familiares hogueras de la Inquisición. Barkey completa este cuadro con la observación de la evolución del espacio de coexistencia señalando un fenómeno de polarización dentro del marco general, de cambio de rango y de dirección. En líneas generales hubo tolerancia hacia los judíos en el siglo XVI pero no en el XVII, la hubo para los griegos en el XVII pero no en el XVIII... los armenios estuvieron privilegiados en el siglo XIX pero fueron víctimas de genocidio en el XX. La coexistencia siempre fue un juego de tendencias y equilibrios, su gestión fue la clave del sistema imperial otomano.
Bibliografía:
Una versión anterior de este post: Rivero, Manuel (2016): Tolerancia en el Imperio Otomano.pdf. figshare. Draft to Journal contribution. https://doi.org/10.6084/m9.figshare.4491188.v1
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