Manuel Rivero Rodríguez
DOI 10.6084/m9.fighsare.13807466
El canon tradicional: Una edad de oro.
A finales del siglo XVII John White, que fuera secretario del filósofo John Locke, pintó diversas acuarelas que incluyó en un álbum titulado Drawings of inhabitants of several worlds que hoy se conserva en la Biblioteca Británica (BL Add MS 5253). El volumen contiene una serie de acuarelas de los progresos de la colonización británica en Norteamérica como proceso de civilización. Los indígenas vestidos con indumentaria europea eran la mejor credencial que podía mostrarse sobre las bondades del proceso colonial, paz, integración, amistad y aceptación de las normas europeas daban a entender la apertura de un Nuevo Mundo, igualitario y feliz a los británicos que desearan asentarse en una nueva Europa libre de los problemas que aquejaban al Viejo Mundo. Allí se disponía de tierra, libertad de conciencia y paz. El optimismo que acompaña el manuscrito, lleno de fe en el progreso y la apertura hacia nuevos mundos entronca con una tradición de la que el patrón del acuarelista fue promotor, la idea de progreso. Una idea que se mantuvo en el canon europeo hasta el final de la segunda guerra mundial. Dentro de ese canon me parece pertinente recordar a Maurice Ashley, que publicó en 1969 un manual en Praeger, The Golden Century, dedicado exclusivamente al siglo XVII, en el cual hizo un recorrido que comenzaba en el año 1598 y terminaba en 1714. Desde la Paz de Vervins hasta la Paz de Utrecht. Definiendo el periodo por características muy destacadas que marcaban los parámetros de la modernidad, una Edad de Oro que se desenvolvía en diversos planos y aspectos: En lo político se observaba la cohesión de las monarquías y las repúblicas sobre los principios de gobernabilidad del Estado, se generalizaba la expansión ultramarina a todas las naciones de Europa que ya no era privativa de las monarquías ibéricas, iniciándose el dominio europeo del mundo. En lo económico porque se percibía un crecimiento continuo pese a episódicas crisis, como muestra el desarrollo del comercio, la industria y la colonización de nuevas tierras incentivada por el consumo de azúcar, bebidas excitantes o tabaco. En lo social se registra un mayor grado de emancipación individual y de debilitamiento del feudalismo. El siglo comenzó con una gran guerra de religión que fue la última, después de ella la secularización de las sociedades europeas permitió no solo una mayor tolerancia sino también paz y prosperidad. Finalmente, en los ámbitos intelectual y artístico este clima secular favoreció el desarrollo del pensamiento científico moderno, la nueva ciencia cuyos representantes fueron Galileo, Kepler o Newton, en filosofía Descartes, Leibniz o Locke, en literatura Cervantes Lope de Vega, Shakespeare, Moliere etc. en el siglo se crearon los referentes culturales e intelectuales del canon europeo. Theodor K. Rabb distinguió esta forma de hacer Historia como la propia de un tiempo que ya era Historia a la altura de los años 70 del siglo XX, una Historia eurocentrista y elitista, el siglo del despegue de Europa y de sus élites. A su juicio, Ashley era un buen representante de esa élite dominante hasta la segunda mitad del siglo XX, hombres educados en una tradición clásica ignorante de la economía y de la sociedad, preocupados por la cultura y el deporte, para quienes la Historia, magister vitae, era un pasatiempo complementario de sus actividades públicas. Ashley, político conservador, sirvió a diversos gobiernos de Su Majestad se especializó en el siglo XVII mostrándolo como una escuela política para sus contemporáneos, su obra más importante fue su biografía Oliver Cromwell The conservative dictator, con claros referentes a los sistemas de gobierno imperantes en Italia y Alemania. La única crisis a la que se hacía referencia era a la de la conciencia, no era económica ni social, sino que afectaba más bien a la condición de ser moderno, de dejar atrás el legado de la Antigüedad clásica y abrazar las novedades que ofrecía la revolución científica.
La ruptura del canon: El siglo de Hierro
Tres años después de que Ashley publicara su Golden Century, Henry Kamen publicó su Iron Century en la misma editorial, presentando al gran público una obra de divulgación universitaria trasladando al gran público algo que ya se estaba estableciendo como canon en los círculos académicos. Theodor K. Rabb que también reseñó este libro comentó que, leyendo ambos, tenía la sensación de que eran historias de dos planetas diferentes, uno historiaba un mundo brillante, el otro un mundo deprimente. Kamen refundía en su obra una corriente crítica que desde 1954 puso en cuestión las certezas historiográficas dominantes. Fue Eric Hobsbawm quien abrió el debate sobre el "problema" en la revista Past & Present en el año 1954 subrayando que el siglo XVII fue un tiempo de crisis marcado por la recesión económica, el empobrecimiento y la violencia social y política. Respecto a esa visión clásica, Hobsbawm quiso marcar un contraste, que sería seguido por Pierre Vilar en su conocido trabajo sobre “el siglo del Quijote”, señalando que tras la fachada espléndida de una civilización europea pujante y en expansión, se escondía una realidad social y económica marcada por la explotación, la desigualdad y la opresión. Quedaba claro que el siglo de Oro solo lo era desde una perspectiva elitista y quienes lo veían desde lo social y económico solo podían verlo de Hierro, porque era el memento en el que emergía como sistema un capitalismo despiadado y depredador.
El debate alrededor de la crisis del siglo XVII fue un choque generacional además de un debate intelectual e historiográfico. Confrontaba dos formas de entender el mundo tanto desde un punto de vista ideológico, conservadores unos, marxistas los otros, como generacional, la generación de 1920 frente a la generación de 1945, una generación que aún era optimista en relación con la Historia europea y otra pesimista respecto a un legado de injusticia social, racismo y colonialismo. El debate permitió iluminar puntos oscuros e inconsistencias en los relatos de la crisis. Al principio, Hobsbawm fijó la cronología de la crisis situando su comienzo en la segunda mitad del XVI y su fin hacia 1660. Ésta fue la secuencia adoptada y aceptada la mayoría de los historiadores del círculo de Past & Present pero no por sus compañeros de viaje. Pierre Vilar cuestionó el concepto de “crisis general”, consideró más oportuno subrayar la existencia de una pluralidad de crisis, más que una sola, que jalonaban toda la historia de la Europa preindustrial (sus inevitables ciclos demográficos y epidemiológicos propios de las sociedades agrarias) de modo que el siglo XVII no podía cargar con esta seña de identidad. Por su parte, Helmut Koenigsberger coincidió con este enfoque advirtiendo que los rasgos con los que los historiadores de la crisis caracterizaban el siglo XVII describían aquello que era común a las sociedades preindustriales. El debate sirvió sobre todo para que se afirmase la Historia económica y social pues en 1954 eran escasos y minoritarios los estudios de esta naturaleza. Gracias a este debate se desarrolló un gran número de investigaciones que hoy nos permiten un mejor conocimiento del siglo XVII, los estudios comparativos y las series de datos ha podido relativizar la idea de una crisis general, aproximarnos mejor a ese tiempo y contemplarlo no en el trazo grueso sino con todos sus matices, pese a que ahora persista en la cultura y la imaginación popular la imagen de un tiempo tenebroso y difícil.
Siglo de hielo
En los últimos años se ha ido conformando una nueva visión que ha trascendido a la síntesis entre las dos posiciones, buena muestra de ello sería la obra de Geoffrey Parker El siglo maldito una voluminosa síntesis que aborda no sólo el espacio europeo sino también otros continentes, con particular atención a China. Esta sería una Historia Global cuya “crisis” trasciende lo exclusivamente europeo y por tanto las raíces marxistas del concepto y del análisis. Obviamente en esa perspectiva global si las naciones europeas, China, el Impero Otomano o el Congo atravesaban serias dificultades esto se debía a una causa que escapaba a sus capacidades individuales y de civilización. La crisis era indiferente al sistema social, político o global porque nacía del cambio climático. Una pequeña edad de Hielo se cernió sobre el mundo entre 1598 y 1714 relacionada con las manchas solares y el ciclo regular de la actividad del sol, que aumenta o disminuye en periodos de unos 10 o 12 años. Los astrónomos atribuyen las características periódicas de las manchas solares a la acción de una dinamo solar en la que la convección y la rotación de la superficie interactúan alterando el ciclo solar "normal". Hay evidencias de que la rotación solar ha variado significativamente en el tiempo histórico desde que se tienen registros. Así mismo, los estudios realizados al respecto sugieren una posible relación entre la actividad solar y el clima terrestre. La variación de producción de radiación solar (constante solar) tendría efecto en el clima, su reducción conduciría (mínimo) a un enfriamiento y su aumento a un calentamiento. La prolongada ausencia de manchas solares entre alrededor de 1645 y 1715 fue estudiada por Maunder destacando la pequeña glaciación que se produjo durante esos años. Los estudios sobre el Mínimo de Maunder han llevado a concluir que las escasas manchas solares durante el siglo XVII supusieron bajas temperaturas, un cambio climático que explica las pérdidas de cosechas, la desaparición de especies y las dificultades que los habitantes de la Tierra sufrieron para adaptarse a un medio hostil. No obstante, nos parece demasiado reduccionista y mecánico explicarlo todo con el cambio climático, en el periodo álgido del Mínimo de Maunder floreció el comercio, la industria y crecieron las poblaciones, no parece que en el año 1700 el mundo se hallase sumido en una fuerte depresión.
Lecturas complementarias (con enlace de acceso)
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